lunes, 6 de septiembre de 2010

Engatusado por amores perros (Una radionovela de amor posmoderno escrita y dirigida por Martín González)




John se acercó a Jane y le dijo:

J – Hola,
si me dejaras ser tu novio yo te juro que me enamoraría perdidamente de vos.
Me la pasaría todo el tiempo lamiéndote los pies,
mordiéndote las nalgas
y haciéndote otro montón de cosas que ahora no me atrevo a confesarte,
después nos quedaríamos dormidos oliéndonos las narices,
nos despertaríamos todos los días a las cuatro de la tarde
y entonces yo te llevaría el desayuno a la cama:
unos ricos cafecitos calientes con unas buenas tostadas con manteca.


Después
-luego de habernos pasado un mes entero tirados en la cama
y sumergidos en un mar de arrumacos gatunos-
llegaría el punto en el que yo ya me habría hartado de vos
y me habría empalagado de tus besos.
Me quitaría mi careta de príncipe azul
y me mostraría como el canalla que soy en realidad.
Entonces, un día vos ya no soportarías más mis neurosis obsesivas
y me terminarías tirando con la taza de café por la cabeza,
te irías pegando un portazo
y pasarías a odiarme con toda tu alma por el resto de tu vida


De ahí en adelante
vendría la parte en la que yo deambularía de bar en bar
tratando de ahogar mis penas en alcohol,
consiguiendo únicamente agarrarme una cirrosis hepática que
-a pesar del insoportable dolor que produce-
sé que no lograría distraerme ni por un momento de la idea fija
de tus ojos espejados en los míos,
de tu sonrisa iluminándolo todo,
del sonido de aquellos dulces
dulces ronroneos bajo las frazadas…
(Y al sufrimiento que me produciría tu recuerdo
no me lo curarían ni los medicamentos
ni las enfermeras en minifaldas)


Luego, con el paso del tiempo
yo me iría convirtiendo cada vez más en un ogro terco y grotesco
que andaría por ahí pinchándole los globos a los niños
y pateando a las palomas que caminan en las plazas,
seguiría alimentando mis enfermedades a base de tabaco y ginebra
y me condenaría a mi mismo a la lenta
y dolorosa muerte del nostálgico empedernido,
hasta que un día quizás finalmente terminaría tirado muerto en alguna cuneta,
con cara de “adiós mundo cruel” y con un papel en el bolsillo en el que te confesaría
mi perpetuo, definitivo e infalible amor por ti.
(Confesión que probablemente jamás llegaría hasta tus manos
porque imagino que quizás el barrendero de la cuadra
se encargaría de deshacerse de mi cadáver
tirándolo por algún alcantarillado;
algún oscuro,
húmedo
y solitario alcantarillado,
en el que tal vez por fin terminaría recibiendo mi merecido
por haber sido tan ingrato contigo…)


Jane escuchó pacientemente todo lo que John tenía para decirle.
Cuando él terminó de hablar, ella se quedó pensativa por un par de segundos
y luego le contestó:


J – Primero que nada: No me gusta el café.
Segundo: Si esta careta que tenés puesta ahora es tu careta de príncipe azul
permitime decirte que te hace bastante cara de pelotudo.
Tercero: …Me parece bastante justo que termines así: tirado muerto en una cuneta.
(Nadie debería jugar así con los sentimientos de una dama)
…Y cuarto: Ahora quiero que me cuentes
cómo seguiría mi historia a partir de aquél día en el que yo salgo de tu vida
pegando un portazo y decidida a no volver jamás.


John se sonrió
y luego continuó:


J – Bueno, a ver…
Supongo que vos seguirías de lo más campante con tu vida,
sin grandes problemas ni grandes sobresaltos.
Me imagino que un día tal vez llegues a conocer a algún elegante caballero inglés,
rubiecito, de ojos claros y con una radiante sonrisa Colgate,
con el cual quizás llegues a casarte y a tener hijitos lindos y traviesos…


Y luego tal vez todo termine dentro de lo previsto:
Dos por tres
comerían de las perdices que él mismo saldría a cazar con sus propias manos.
Vivirían en una linda casita en la costa
con dos grandes árboles amarillos en la entrada,
una hamaca roja
y dos hermosos niños rubiecitos que juegan todo el día a girar y girar hasta caer.
Y adentro estarías vos,
tejiendo pulóveres y calcetines junto a la salamandra
y saboreando un rico cafecito con tostadas…


J – Pero mirá que estás pesado con el asunto de los cafecitos…


J – Lo que pasa es que vos decís eso porque todavía
no has probado el café con leche que hago yo…


J – …
...¿Cómo te llamás?


J – John. ¿Vos?


J – Yo me llamo Jane. Encantada.
Y contáme, John: ¿Dónde vivís?


J – Yo vivo acá pasando el puente…


J – Bueno, quiero que me invites a tu casa a tomar un café.


J – …Pero… pasa que en realidad yo todavía vivo con mis padres y no creo que…


J – Mejor: así me los presentás y ya salimos de eso.

5 comentarios:

  1. Fantástico Martín!
    Fantástico
    qué triste que se parezca tanto a algunas realidades
    de todos modos
    el consejo es
    prenderle fuego a todo
    y luego
    a las cenizas
    préndalas fuego
    y luego
    consiga una capa
    de superman
    para volar a otra ciudad
    una que esté a millones de años luz de acá
    y cuando descubra que allí
    tampoco se puede ser "feliz"
    se dará cuenta
    que la plenitud
    no se halla en una taza de café en mercurio
    sino
    en el fuego
    interno

    sí!
    ese mismo
    el que está apagado

    abrazo de parte de los dibujos
    y de los de carne y hueso

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  2. Le faltan burbujas a esta historia.Pero lo del café me gusta.

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  3. *Guálter: Es un verdadero honor tenerlo por estos lados, muchas gracias por el halago y el afecto. Espero que sus demonios internos estén ya domados y prontos para ser impresos. Un abrazo. Quedo a la espera de novedades viñetadas.
    *Querida Kitty: No me gustaría ser yo quien tenga que pincharle su burbuja y decirle que no todo en este mundo es árboles de medias rosadas y globos con corbata, así que voy a dejarle esa tarea a otro y en lo que a mi respecta me voy a limitar únicamente a agradecerle por su comentario y a mandarle un muy afectuoso saludo encapsulado en una gran pompa de jabón.

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  4. una delicia de historia, un placer pasar por este lugar tan extraño como el mio

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  5. muy buenaaa moniitooo, la gastas, me gustan tus cosiitas,, un abrazooo bsoo portat cuidat

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