lunes, 28 de junio de 2010

EL UNIVERSO NOS HABLA DE MODOS MUY EXTRAÑOS



La otra noche iba caminando solo por una de las oscuras calles de mi barrio, la tierra estaba mojada porque había llovido y el sonido que hacían mis pasos en la arena me resultaba algo bastante agradable, no había nadie alrededor y yo iba pensando en si me compraría un vino o una cerveza. Hacía mucho frío, yo caminaba rígidamente tenso bajo mi capucha y mi bufanda, mirando hacia abajo y recordando aquello que había escuchado alguna vez acerca de que la cerveza es una bebida que combate mejor el frío que el vino porque al parecer le aporta más calorías al cuerpo, o algo de eso (teoría que también sostiene que, justamente por estas razones calóricas, tendríamos que consumir helado durante el invierno).

Yo iba muy campante sumergido en esta nebulosa de pensamientos vanos, cuando de repente, de entre unos matorrales que habían al costado de la calle, salió una sombra rastrera disparada directo hacia mis pies, me detuve bruscamente y la sombra también se detuvo: era un conejo negro… los dos nos quedamos paralizados, yo lo miraba pero no sé si él también me estaba mirando: estaba demasiado oscuro y no lograba verle los ojos. Él quedó muy alerta y movía sus orejas como si fueran radares sensibles al peligro.

De pronto, la atmósfera se cargó del misticismo propio de los momentos previos a las grandes revelaciones. Yo esperaba que él diera el primer paso, esperaba que hiciera algo, esperaba que me dijera algo (esperaba que algo mágico sucediera), pero al parecer él también estaba esperando a que yo tomara la iniciativa.
En un momento, sentí el impulso de acercarme, y justo, antes de que este impulso llegara a concretarse, sonó un relámpago en el cielo que iluminó todo y que hizo que el conejo se volviera con un golpe energético de regreso a la misma oscuridad de la cual había salido.
Yo me quedé apenas por un par de segundos sin atinar a reaccionar, escuchando cómo sus pasos se iban perdiendo en el pastizal; luego volví a esconder mi nariz bajo la bufanda y seguí caminando (mis amigos me estaban esperando).

Llegué al almacén y me compré una barrita de helado –de esas que son de crema bañada en chocolate con almendras–, y después, mientras caminaba y tiritaba de frío al morder mi delicioso helado, yo pensaba: ¿Qué carajo significa que se me haya cruzado ese maldito conejo negro en medio de la noche? ¿Cómo tengo que interpretarlo? ¿Es alguna especie de señal divina?

Yo había estado escribiendo hacía unas semanas atrás algunas consideraciones acerca de los poetas malditos y de sus formas de interpretar el mundo, en esta especie de relato aparecía un conejo blanco (en realidad, en la narración jamás hice alusión al color de su pelaje, pero por su personalidad era fácil de deducir que era de color blanco) que representaba un símbolo de pureza y de bondad… El conejo que se me acababa de cruzar era negro y con una postura casi desafiante… entonces, de nuevo: ¿Cómo mierda se interpretaba todo aquello?

Yo siempre estuve muy encariñado con esa idea de que el universo se comunica a través de pequeñas señales que nosotros tenemos que saber interpretar correctamente, pero a veces pienso que quizás, en realidad, el universo se hace todo el tiempo el misterioso y el enigmático con nosotros para mantenernos entretenidos buscando respuestas a cosas que en realidad no tienen ninguna explicación… entonces yo no podía evitar preguntarme: ¿Será que aquel conejo negro era realmente alguna especie de mensajero divino que llegó desde el más allá para brindarme una señal celestial y que yo no lo pude entender, o será que simplemente era un pobre conejo con insomnio que salió a dar un paseo nocturno para ver si podía conciliar el sueño?... y también me preguntaba: en el caso de que aquél conejo no haya sido más que un simple y vulgar conejo de morondangas ¿Será posible que él, con su maldita mirada primitiva y despojada de todo peso analítico-filosófico-tecnológico-histórico-teológico-existencialista, sea capaz de hacer una lectura más acertada del mundo en el que vivimos?...

A todo eso yo ya estaba en la puerta de la casa del Nico, adentro se escuchaban las voces y las risas de mis amigos y yo ya me había aburrido de darle tanta vuelta a todo aquel asunto de conejos negros y conejos blancos, antes de entrar me comí lo poco de helado que me quedaba para no tener que convidar y después me mandé para adentro.
Apenas abrí la puerta, todo aquel bullicio que se escuchaba desde afuera se convirtió automáticamente en el más sepulcral de los silencios, adentro no encontré a ninguno de mis amigos, la sala estaba completamente vacía… yo me quedé parado en la puerta y con el picaporte en la mano, petrificado, sin poder entender qué era lo que estaba pasando…
En un momento, siento que desde abajo alguien me cincha el pantalón como tratando de llamarme la atención, yo bajé mi mirada sin lograr salir de mi letargo y con asombro me encontré a un conejo gris vestido de mayordomo que me saludaba haciendo una cordial reverencia y que me ofrecía generosamente unos canapés que llevaba en una bandeja de plata pulida…

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